CUENTO ¿DÓNDE ENCONTRAR LA FELICIDAD?
Al leer este cuento llamó mi atención la veracidad de su contenido.
A veces buscamos un objeto que quizás lo tenemos encima y no lo vemos, no nos damos cuenta, como una birome o los anteojos. A muchos de nosotros nos habrá pasado…
Al principio de los tiempos se congregaron algunos demonios y se propusieron hacer una travesura a los seres humanos.
Uno de ellos propuso a los otros: – Debemos arrebatar algo importante a los hombres y mujeres, a ver si los desquiciamos; pero ¿qué?
Tras darle muchas vueltas, respondió otro de los diablos: – ¡Lo tengo claro! Vamos a quitarles la felicidad. Para ellos es un don más que preciado; pero ¿Dónde podemos esconderla para que no la puedan encontrar? Eso es esencial…
Propuso uno de ellos: – ¡Ocultémosla en la cumbre del monte más alto del mundo!
A lo que otro replicó: – ¡Para nada! Alguien acabará escalando hasta allí y la encontrará. Y, si ello ocurre, ¡ya todos sabrán dónde está!
Otro de los diablos propuso: – ¡Escondámosla, entonces, en el fondo de los océanos!
– ¡Qué ocurrencia!, le replicaron. Acabarán construyendo lo que llamarán submarinos y otras invenciones para sumergirse hasta las mayores profundidades y entonces darán con ella.
Y planteó otro: – ¡Ocultémosla en un planeta lejano a la Tierra!
Los demás, sin embargo, lo desecharon de raíz: – ¡No! No son tan tontos; acabarán viajando en naves espaciales y la encontrarán.
Finalmente, un demonio tan viejo como malvado, lanzó una mirada sagaz a todos y les dijo: – Creo que ya sé dónde esconder la felicidad para que los hombres jamás la encuentren…
Los demás preguntaron expectantes: – ¿Dónde?
El astuto diablo respondió: – La esconderemos dentro de ellos mismos: en el fondo de sus corazones… Estarán tan ansiosos buscándola fuera de sí mismos que nunca la encontrarán. Se perderán en lo accesorio, en lo banal, en lo exterior, en las apariencias… en las cosas materiales. Esas que tantas veces tienen más precio que valor… Su codicia y ambición les hará emplearse a fondo para dar con el mayor de los tesoros en los objetos y posesiones; para llenar, así, vanidades, colmar egos, distraerse de lo esencial.
¿Descubrirá alguno que, en realidad, solo se encuentra la felicidad mirando a lo interior, si se encuentra el sentido profundo de la vida, si, desde un corazón de carne y no de piedra, uno se vuelca en el servicio a los demás?
Si queremos alejarles de la felicidad, lo mejor es colocarla tan cerca de ellos mismos que sean incapaces de caer en cuenta de que solamente pueden hallarla en el fondo de su ser…
Todos estuvieron de acuerdo; y desde entonces ha sido así: hombres y mujeres pasan la vida buscando por ahí fuera la felicidad… Pero ya lo advirtió el sabio Pitágoras: los hombres buscan lejos la fuente del bien, cuando la llevan dentro de su corazón.
Muchos, en fin, olvidan (parafraseando a Antonio Machado) que en la existencia de cada uno solo se pierde lo que se guarda y solo se gana lo que se da. No solo en cuestiones de cultura y de saber…sin embargo, a veces estamos empeñados en guardar, en recolectar, en alcanzar, en recibir… dinero, bienes, honores, fama, poder… y andamos buscando la felicidad en “lo de fuera” para intentar saciarnos de forma equivocada y egoísta, olvidando lo que Viktor Frankl señalaba: “la felicidad es el efecto secundario inesperado de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo”.
Y decía más: “La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves tu atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa sobre tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida”.
No está en lo que buscas lo que verdaderamente sacia. Quizás buscas muy lejos lo que ya tienes en tu hogar, en tu familia, en tu diario quehacer profesional, entre tus amistades, en tus labores diarias: en lo cercano y cotidiano.
Y para terminar dejo esta reflexión:
Pitágoras: “Preciso es encontrar lo infinitamente grande en lo infinitamente pequeño, para sentir la presencia de Dios”. Ahí está. Preciso y precioso. Matemático.